Las fuentes del Guadiana

«…Y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros. Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre, el cual cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas, con las cuales y con otras muchas que se llegan entra pomposo y grande en Portugal».

HERRERA DEL DUQUE

Con esta sugerente leyenda, relatada a don Quijote en la cueva de Montesinos (Cap. XXIII, 2ª p.) idealiza el narrador de esta fantástica aventura el origen del río y las lagunas. De forma más prosaica recitaba en la escuela mientras iba señalando con la palmeta el trazo azul del río sobre el mapa, que “El Guadiana nace en las lagunas de Ruidera, después desaparece bajo tierra para emerger en los Ojos del Guadiana, pasa por la provincia de Ciudad Real y por las ciudades de Mérida y Badajoz en Extremadura, se adentra en Portugal y desemboca en el Océano Atlántico por Ayamonte formando frontera entre España y Portugal”. Hoy quiero comprobarlo sobre el terreno y parto rumbo a las fuentes del Guadiana por la carretera que desde Mérida me lleva hasta Herrera del Duque para adentrarme a continuación en Castilla La Mancha.

En el trayecto hasta ahora de sobra conocido, llama mi atención un castillo que se alza sobre un montículo al borde de la carretera. Es mi primera parada. Asciendo con tranquilidad para contemplar desde cerca la fortaleza. En esto, oigo que desde abajo alguien se dirige hacia mí con aspavientos vociferando como un condenado que bajase inmediatamente. Y llevándose las manos a la cabeza trataba de disuadirme de la osadía que había cometido al acercarme por aquel cerro. Que si no sabía que aquello era de un malvado Duque que no permitía que nadie invadiera sus dominios, que de buena me había librado y que menos mal que no me habían visto alguno de sus hijos, todavía más crueles y sanguinarios.

Yo ya empezaba a creerme lo del encantamiento, pero como no tengo la gallardía de don Quijote para enfrentarme al alevoso inquilino del castillo, me bato en retirada no sea que se despierte el ogro con sed de sangre humana y la sacie con la de algún incauto caminante. Así que emprendo la marcha hacia la llamada Siberia Extremeña para hacer parada y fonda en Herrera del Duque:

Vivan los aires moreno
que vienen de Guadalupe
que pasan por Castilblanco
y van a Herrera del Duque.

Otra vez un castillo y… un duque.  El muñón de una colosal torre desmochada se yergue sobre la llanada donde se desparrama el pueblo. Pero la cabra tira al monte mientras se pregunta si aquella tierra será propiedad del mismo duque malvado. Pero mientras escala el cerro, nadie le sale al paso para impedirle que se acerque al pie del castillo. Solamente unos guardias se paran ante lo que deben considerar un pobre vagabundo, y después de mirarlo con asco como si fuera una mierda, siguen su rumbo sin molestarlo.

La fortaleza firmemente asentada sobre un risco peñascoso, que en sus buenos tiempos debió tener un aspecto imponente, ahora ya abandonada y desmantelada aparece como un símbolo del deterioro de la vida humana y sus obras por el paso inexorable del tiempo.

CARRIÓN DE CALATRAVA

Dicen que en la vida es más importante el viaje que el destino. Por eso el viajero se va deteniendo en aquellos sitios y parajes que le van saliendo al paso sin preocuparse de su meta. Parajes solitarios, extensos latifundios donde no descubre el menor rastro de vida humana hasta Puebla de Don Rodrigo. Donde se vuelve a encontrar con el rio Guadiana que ya no le abandonará hasta su nacimiento allá en Ruidera. En las cercanías de este pueblo forma un acentuado meandro que se pueden observar desde las alturas de los Peñones del Chorro.

Estratégicamente situada sobre un altozano  junto al rio, las ruinas de Calatrava la Vieja, son un testigo de la historia y del paso del tiempo. Es obligado hacer un alto en el camino junto a estas venerables piedras, que a duras penas se mantienen en pie, y que debieron ser testigo de tantos acontecimientos históricos. Me detengo contemplando la arruinada aldea al refugio de esta desmantelada fortaleza que fue el origen de la Orden de Calatrava según le cuentan.

DAIMIEL

En Daimiel me dispongo a descansar y reponer fuerzas para, en la jornada siguiente, visitar con detenimiento las famosas Tablas. Amplia llanura manchega donde el Guadiana poco después de su afloramiento con los aportes de otros afluentes se desborda y encharca en lagunas de escasa profundidad de gran riqueza faunística y botánica. Emprendo el recorrido por el parque por los itinerarios señalados contemplando este singular ecosistema, milagrosamente conservado pese a la extenuación y sobreexplotación a que se ha visto sometido.

VILLARRUBIA DE LOS OJOS

Algunos kilómetros arriba, deben estar los ojos del Guadiana, allí donde los libros de Geografía relatan que el río reaparece después de desaparecer sumergido bajo tierra. Hacia allí me dirijo cuando me encuentro en la carretera con una señal que me indica que estoy en los ojos del Guadiana. Pero por estos parajes no veo ni rastro del río. Solo extensas tierra de cultivo…, por fin en una ligera depresión invadida de cardos puedo distinguir dos agujeros ocultos entre secos hierbajos (efectivamente recuerdan dos ojos), pero ni rastro de agua. Los ojos del Guadiana se han olvidado de llorar… La ambición y la necedad del ser humano han convertido lo que antaño debió de ser un hermoso manantial en un secarral que da pena.

ARGAMASILLA DE ALBA

De camino hacia las Lagunas, me sale al encuentro, en la interminable estepa castellana un poblachón apostado a ambos lados de la carretera. Se trata de Argamasilla de Alba, el “lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” al decir de las guías turísticas basándose, supongo, en la opinión de algún estudioso del Quijote. Ya que aquí estuvo encarcelado Cervantes y aquí concibió el Quijote inspirándose para su protagonista en un caballero loco del lugar. Tras visitar la oficina de turismo en la llamada Casa de Medrano, en cuyo sótano estuvo encarcelado Cervantes, de creer a los promotores turísticos del lugar. Después de todo esta cárcel, rebuscada con interesada oportunidad entre los escombros de su pasado, es el principal reclamo turístico del pueblo, que apenas conserva ningún rasgo característico de su arquitectura tradicional a no ser este cubículo.

Camino de Ruidera nos topamos con el Castillo de Peñarroya junto al borde del precipicio, junto a la presa y pantano del mismo nombre. Nos permiten la visita al exterior del monumento así como a la ermita adosada al interior de la muralla. La torre del homenaje está cerrada a cal y canto y no nos permiten visitarla. Aquí las aguas del Guadiana son represadas por vez primera como un anticipo de los grandes embalse que en el curso bajo dilataran su cauce “pomposo y grande” en pequeños mares artificiales antes de entregar sus aguas al Océano en el golfo de Cádiz.

RUIDERA

A partir de Peñaroya el terreno se ondula, rompiendo la monotonía de la inmensa planicie manchega: Nos acercamos a la pequeña localidad de Ruidera, así llamada por el ruido o rumor del agua en los cauces y cascadas con las que se comunican sus famosas lagunas. Tras un recodo, aparece el pueblo asomándose en el espejo de esta prodigiosa exhibición de la naturaleza. La estampa es sorprendente y el otoño en todo su esplendor refleja su exuberante frondosidad en la quietud del agua con toda la profusión de colores: verdes, ocres, amarillos y azules en una amalgama de vegetación, agua, cielo y tierra…

tiempo es esplendido, y los veraneantes han debido abandonar el lugar, ahora en calma. Así que me dispongo a gozar con todos los sentidos de este esplendido y relajante paisaje.

Pero con el fin de semana y al socaire del buen tiempo, una avalancha hortera de domingueros de todo pelaje (ruidosos moteros, y automóviles de paso, familias de tortilla, hamaca y transistor…) irrumpe en el parque rompiendo el encanto y la tranquilidad reinante. Así que no queda más remedio que quitarse del medio hasta que se serene de nuevo el panorama y emprendo la marcha a pie en busca de la olvidada Laguna Blanca alejada de la marabunta: Allí donde se dice que el rio Pinilla se convierte en Guadiana. Siguiendo un sendero de diez kilómetros se llega a un paraje menos espectacular con una laguna solitaria donde descargan arroyos como el Pinilla cuya insignificante corriente remonto hasta llegar a un discreto manantial oculto entre un juncal y rodeado por un bosque de sabinas. A partir de aquí, un regato sin agua, de cauce calizo y blanco como el fondo de la laguna (de ahí su nombre de Laguna Banca que recibe, la charca donde se considera que tiene su origen el Guadiana).

La tarde languidece y, tras asistir al nacimiento del Río Guadiana desando la distancia que separa esta laguna de sus hermanas más famosas junto al pueblo de Ruidera. La noche se ha echado encima, pero una luna llena sirve de guía iluminando el camino que me devuelve al punto de partida: las lagunas del Rey… ya en silencio. Con el nuevo día recuperado el sosiego, completo mi visita deteniéndome en los sitios más atractivos y espectaculares. Aunque todo el parque es un espectáculo de sosiego, armonía, belleza, que me seduce y encanta. Como encantado quedó don Quijote tras su visita a la cueva de Montesino. Cuerva que, aunque se encuentra en las cercanías, no pude visitar por encontrarse cerradas cuando pasé por allí. Otra vez será.

ALMAGRO

Ya de vuelta, paso por el señorial pueblo de Villanueva de los Infantes, el lugar que asistió al fallecimiento de Quevedo. Tras un breve paseo por sus calles contemplando su historia petrificada en los blasones nobiliarios de sus casonas, me detengo en el admirable conjunto arquitectónico que enmarca su plaza Mayor.

Ya en Almagro, sus calle me conducen a su seductora y coquetona plaza. Con sus soportales y el reclamo de su artesanía de encajes y de sus tabernas, donde me entretengo para calmar la sed y el apetito a la espera de que abran por la tarde el museo del teatro y su afamado y singular corral de comedia. Visita que no puede suponer mejor colofón para este viaje pausado y sin prisas que ha llegado a su fin, aunque me quedo con el deseo de volver a estas tierra que ya están para siempre en mi retina y en mi corazón.

FERIA – RUIDERA

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